Inmóvil en los lindes de la senda, congelado mi júbilo deseado en cascadas verdes, sueño con el amor brillante de un día de primavera entre las flores del prado, y el rocío que baña mi anhelo inmaculado entre los pétalos de rosa deslizándose por las espinas sangrientas para llegar a su corola. Y sopla el viento lamentándose en las olas del mar, y la soledad de la playa se acurruca con el temporal. En un rincón, recodo de ilusión, esculpo la idealización malvada de los tallos que me llevan a mi amada en la recesión del tiempo. No la quiero a desgana sino que izando la bandera de la rendición me encaramo a alturas inimaginables para precipitarme contra el suelo, y que un colchón de sangre emerja entre las nubes para amoldar mi derrota que suspira su nombre. Las distancias candentes se encienden, las farolas prenden luminosidades, y yo solitario en el parque bajo la lluvia de diciembre, con mi monstruosa caligrafía hecha de un terror visceral, la convierto en tinta a riesgo de perderla para siempre: es hora de echar a arder cuanto he escrito sobre ella. Y en el límite de la visión, cuando mis poemas combustionen y se reduzcan a ceniza brote la esperanza acabada de no tener la necesidad de empuñar nuevamente un bolígrafo otra vez.
GABRIEL