Sus ojos irradiaban la luz de todas las mañanas mientras anochecía rápidamente y los besos nos enroscaban en espirales tan placenteras como siniestras y malvadas al crepúsculo cenital enredados los dedos la maraña de su cabellera mi mano firme dibujando el cuerpo del pecado buscando su caderas hasta su flor ensangrentada.
APOLONIO