En cóncavas bañeras sin desagüe del desastre todo el lastre que no trasciende al éter se va al sumidero del mar muertos. Tiembla la expectación del poeta como un perro atado a una mohosa cadena viendo fantasmas. Un chillido inaudible escapa marea adentro ES la expiación de una dura condena que desencadena el despeñe del alma a las entrañas infernales de la tierra. Hay leyendas que bien podrían ser ciertas en boca de los maestros la idea, las mentiras más áureas contornadas… ¡Maestros! Como un castigado ardo en las honduras del abismo agitando mis manos en el paso de las estrellas… ¡pero ellas no quieren mirar mi corazón! Y la masa cárnica me arrastra, y ya al declinar hacia oscuridades pretéritas un Músico me despierta.
GABRIEL