Llueven martirios desde la luz de los astros condenas que nacen rientes y no enderezan las ramas torcidas. En la vertiente norte del acantilado muchos inconscientes se despeñan todos los días y van a dar a un mar de muertos. En las uñas que raspan la tela del ataúd se secan las esperanzas mientras los gusanos brindan con la sangre del difunto. Y no hay paz siquiera en las tinieblas pretéritas donde aúllan lamentos mortecinos de hombres infames y la Parca vestida de cada uno con su traje suspira negritudes que sobrevuelan ciénagas y pantanos mientras en las cumbres los amantes abrazados abren nuevos caminos.
AP