A STEPHEN SPENDER de su poema «LOS PRISIONEROS» (Adjuntado al final de página)
LOS QUE AÚN SON LIBREES
En la prisión de cuerpo se agarra
la tierra buscando el núcleo de lo fosco
¿Y qué hacer para volar?
Oh Amor apiádate de nosotros.
En los silencios de las tumbas
suspiran quedos vientos extraños
mientras las sombras ocultas rasgan
las cremalleras que cosen a los humanos.
Y todo se agita en la quietud de la calavera
y lo que sacude a los cadáveres que caminan
se refleja en un erial de cosechas
que cavan cuán honda será nuestra fosa.
Cuando todo se libere en una tormenta
la existencia vencida por cruentas dicotomías
se abrirán las magníficas puertas ocultas
de lo espiritual que se amaga tras los párpados
de las ventiscas huracanadas en una poza mortal.
Prisioneros de una vida y una muerte
si cada corazón no encuentra el camino de su suerte
se repetirá todo nuevamente
¿qué nos libertará definitivamente?
Que las cadenas y los grilletes encadenen
la realidad de nuestra fatalidad
para que al soltarnos seamos ligeros
y que podamos por fin volar Aquí y Más Allá
y que tengamos la nobleza suficiente
para purificar lo impuro y hacerlo pasar
a través de las tinieblas en dónde todo tiene que estar
Guía entre tenebrosos pasadizos escurridizos
nómada que atraviesa espantosas direcciones
vuelca el espacio protegido del espíritu
y derrámate como una cascada sobre el hombre
avienta funestas pesadillas que vienen a atormentar
y encárate decidido a la cumbre más alta
y allí en el último abismo tu faro de luz
alumbre las entrañas del barranco
brilla en la fugacidad vespertina de un eón
y una vez te sigan todos huye marcando la senda
hacia el centro de la más apartada estrella.
GUILLIAN
LOS PRISIONEROS
Más aún que el más mísero de todos, en la indigencia
se encuentran estos
prisioneros
masificados en sus mazmorras, oscuros en la sombra.
No levantan las manos que hacen descansar en sus rodillas,
pero sí apoyan la solidez de sus ojos en la noche,
oscuramente palpan
sobre el mobiliario que usan en sus celdas.
Su Tiempo es casi Muerte. La corriente cenagosa
de años y años
deja su rastro en amaneceres
tan frágiles como las grietas del suelo de barro de la desesperanza.
Mi piedad vuela entre ellos como una brisa
sobre muros de piedra,
en ardorosa busca de hojas estivales o como una melodía
en oídos de piedra.
Después, cuando levanto mi mano para asestar el golpe,
es demasiado tarde,
pues no hay cadenas que prendan
ni quiméricas puertas licüescentes
adobadas con odio.
¿Cuándo se han visto sus vidas libres de muros y penumbras
y de aire que ahogan?
¿Y dónde he sido menos prisionero para dejar que mi odio
golpee como un sol?
Si pudiera seguirles de celda a entraña
para sembrar alguna esperanza
en la negra seda de sus uniformes de amplia cintura,
allí me instalaría.
No, no, no,
es demasiado tarde para el odio,
nada perdura
excepto la piedad y el dolor que ellos ya no pueden sentir.
STEPHEN SPENDER